Ser seres humanos

15 Octubre, 2015 / 5:38 pm

Hoy en día son ya comunes y conocidas las preguntas sobre el sentido de la vida humana: de dónde venimos, hacia dónde vamos, quiénes somos, entre otras. Se imparten clases en las universidades, se dictan talleres y conferencias de coaching, se escriben artículos, al punto de llegar a sobrevalorar estas interrogantes de sentido. ¿Realmente nos cuestionamos sobre nuestra vida humana y nuestro papel en ella?, ¿vale la pena vivir?, ¿que visión tenemos de nosotros mismos?

El reconocido teólogo alemán Jürgen Moltmann escribía que “ser hombre constituye el experimento en que nosotros mismos tomamos parte activa y entramos en juego”. En efecto, nuestra condición humana siempre esta en construcción. Nos configuramos y reconfiguramos todo el tiempo, somos agentes de nuestro propio destino. Además, somos los únicos seres que no tienen un medio ambiente determinado, un «sitio hogar», y es justamente por ello que nos planteamos la pregunta sobre qué es el hombre. Los animales no se hacen esta pregunta, “la hormiga conoce la fórmula de su hormiguero, la abeja conoce la fórmula de su colmena”, solo nosotros desconocemos nuestra fórmula. Es así como las interrogantes sobre el sentido de la existencia humana son preguntas por la esencia humana, lo que nos hace ser. Encontrar nuestra esencia es lo que dará sentido a nuestro existir.

Por todo lo dicho anteriormente se podría pensar que estamos en proceso de búsqueda y que esta búsqueda es de sentido. Pero, hoy por hoy, vivimos una crisis ética. Y esto es sumamente perjudicial porque es con la ética que construimos y asignamos sentido a la vida. El filósofo Charles Taylor se refiere a tres formas que generan malestar en nuestra cultura actual para explicar, en parte, la crisis ética que vivimos: el individualismo, que no es otra cosa lograr solo la realización personal. Es el «yo» la sede de sentido desde donde se plantean las grandes cuestiones de lo humano y todos los compromisos que lo trascienden, como los políticos, culturales y religiosos, quedan en segundo plano. En segundo lugar, el auge de la razón instrumental, que refiere al cálculo de costo-beneficio, trata a las personas como medios para el logro de la productividad. Y, por último, la pérdida de libertad política. Renunciamos a participar como ciudadanos activos en la vida pública, es como si entregáramos nuestra voluntad política al candidato elegido y nos olvidáramos del asunto.

Son estos tres factores los que nos han llevado a una crisis ética. Esto significa que hemos perdido nuestros horizontes. Y son con estos horizontes con los que encontramos un sentido espiritual a nuestras vidas, pues estos nos “proporcionan el trasfondo, implícito o explícito, para nuestros juicios, intuiciones o reacciones morales”. Por lo tanto, nuestras búsquedas de sentido deben procurar la recuperación de nuestros horizontes; y esto implica, adoptar el ideal moral de la autenticidad, que no es sino el ser fieles a nosotros mismos, ser fieles a nuestra propia identidad entendida como aquella que nos define como individuos únicos e irrepetibles.

Además, ser auténticos no significa adoptar una perspectiva individualista; por el contrario, el ideal moral de la autenticidad requiere de la comunidad. La identidad de uno jamás se describe sin referencia a quienes lo rodean. Construimos nuestra autenticidad en la interacción con el otro, a través de la conversación aprendemos y podemos construir un «yo» mismo. Esto es a lo que Taylor denomina «la urdimbre de la interlocución» porque es como si todas las personas fueran hilos y en su interacción formaran parte de un gran telar.

Ahora, debemos entender la vida humana como una narrativa. Para responder quiénes somos, tenemos que construir una narración en retrospectiva donde somos los autores y protagonistas. Y como en toda narrativa, intervienen distintos personajes, principales y secundarios. Algunos llegan a ser tan importantes (porque nos ayudan a descubrir nuevas facetas de vida o a cumplir propósitos, por ejemplo) que omitirlos de nuestra narración causaría que esta se vea incompleta e incoherente. Lo que busco explicar con esto es que, al igual que ocurría con la idea de la autenticidad, necesitamos de los otros para construir. Todo el tiempo entran y salen personajes a nuestras narrativas por lo que estamos componiéndolas y recomponiéndolas siempre. Además, no se trata solo de entender la vida como una narrativa, sino como una unidad narrativa. No podemos referirnos a un «otro yo» o «nuevo yo», se permiten cambios pero estos deben ser articulados, todas nuestras facetas constituyen parte de nosotros. La narrativa unifica la vida humana y busca direccionarla hacia un futuro coherente.

Entonces, la visión del ser humano que adopto, no está pensada desde una perspectiva individualista sino, por el contrario, se enmarca en la urdimbre de la interlocución que nos lleva a construir nuestra identidad y respetar el ideal moral de la autenticidad. Todo ello bajo un horizonte de significado moralmente correcto que contribuye a enaltecer la dignidad y autonomía de la persona y se nos presenta como una unidad narrativa. Con nuestra narrativa vital buscamos vivir una vida plena. Lograrlo no es una tarea sencilla, especialmente por los malestares que nuestra modernidad ha traído. Pero debemos adentrarnos en el proceso de búsqueda, solo así viviremos una vida que valga la pena de ser vivida, solo así nuestra vida cobrará sentido.

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Oscar González Romero

Abogado por la PUCP

Abogado por la PUCP, con especialidad en Derecho del Trabajo y la Seguridad por la PUCP, en Gestión Empresarial e Innovación por la Universidad Pacífico y en Gestión de la Diversidad e Inclusión por la Universidad Stanford.

Mi experiencia se concentra en la gestión de relaciones laborales y programas de gestión de desarrollo del talento y sostenibilidad. Me encuentran en Twitter como @OscarGonzRom.