Se hace camino al andar

31 Agosto, 2016 / 12:56 am

En 1840, el norteamericano Egdar Allan Poe publicó el cuento El hombre de la multitud. En este relata la historia de un hombre, el narrador, que por simple curiosidad decide seguir a otro hombre, un anciano, a través de la Londres de mil ochocientos. El anciano conduce al narrador por tiendas y comercios, sin comprar nada nunca, hasta acabar en una zona muy pobre de la ciudad, para regresar otra vez al corazón de la misma. La persecución dura dos días enteros y, finalmente, el narrador exhausto se interpone cara a cara al extraño anciano, quien, sin darse cuenta de haber sido seguido, pasa de largo. Se trata de alguien literalmente absorbido por la gran ciudad; pero, no olvidemos, que no todos los que deambulan están perdidos.

Años después, el poeta francés Charles Baudelaire, a partir del cuento de Poe, estableció un nuevo personaje literario: el flaneur como aquel sujeto, hombre de la multitud, que actúa motivado por la fascinación de una experiencia urbana completamente nueva.

Para cuando Baudelaire introduce el término de flaneur, París ya tenía tuberías que evitaban los malos olores, aceras que protegían del barro, bulevares, vías comerciales con tiendas lujosas. En París súbitamente pasear por la ciudad se había vuelto una actividad atractiva y recurrente. Este fue el nacimiento de la calle como espacio público.

Para Baudelaire entonces el flaneur es aquel paseante que deambula por la ciudad con extrema ligereza, por mero placer. En sintonía con ello, el filósofo alemán Walter Benjamin, ya pasado los 1900s, complementa el concepto baudeleriano de flaneur. Para Benjamin, el flaneur estaría asociado más que con la ligereza, con la disponibilidad de la atención. El flaneur descifra la vida cotidiana de la ciudad, está volcado en el exterior que le rodea a través de la mirada.

El flaneur es aquel que pasea por la ciudad con la atención lo más despierta posible para poder apreciarla con todos sus detalles, matices y contrastes. Es por eso que necesita tener disponibilidad de atención, necesitar estar totalmente desocupado para apreciar con calma porque en el paseo no hay destino. Porque el protagonista del paseo no es el caminante sino la ciudad.

Es por eso que, escribe Benjamin, el flaneur no puede ser un turista, pues, de serlo, no tendría calma, detenimiento y, especialmente, no volvería más de una vez al mismo lugar. La repetición y frecuentación son importantes para poder observar más allá de las cosas que llamaron nuestro atención en la primera visita. Así apreciamos detalles que parecen insignificantes pero que, por el contrario, poseen su importancia.

Exactamente a esto se refiere Andrea Sydow, columnista también de Gan@Más, cuando escribía, en una antigua columna, sobre una visita a los Palacios Nazaríes en la Alhambra de Granada en España:

“Pocas veces he visto una majestuosidad tan delicada de composiciones de mármol, madera, aguas y jardines elaborados en el siglo XIV durante el apogeo de los últimos gobernadores hispano-árabes de Al Andalus, los Nazaríes. Cada rincón ofrecía un sinfín de detalles en los cuales me perdía por minutos. Al levantar la vista me encontraba con una pared de móviles captando imágenes con prisa. Los turistas ni siquiera miraban las salas con los ojos, tan solo las escaneaban de prisa a través de la pantalla de sus móviles alzados. Seguían con pasos apurados hacia los próximos recintos para cazar allí los detalles más llamativos. Perdidos para siempre, los detalles de los ornamentos tallados en madera, el murmullo de las aguas corriendo delicadamente por su canal de mármol, de una fuente a la otra, el aroma de la rosa que discretamente dominaba un espacio del jardín del Generalife”.

Hoy en día, ¿podemos hablar del flaneur? En nuestras sociedades de la información, sociedades del smartphone parece que la respuesta no es muy alentadora. Ya no paseamos sin propósito, ya sea para conversar con otra persona, para hacer turismo o para jugar Pokemon GO, ya no salimos por las calles de Lima a conocer nuestra ciudad a fondo y apreciarla, ya no buscamos descifrar todos sus secretos y, en este sentido, el flaneur como personaje parece estar desapareciendo.

El flaneur posee la libertad de vagar sin rumbo, de deambular observando el espectáculo. El flaneur, escribe Baudelauire, está fuera de casa pero se siente en casa en todos lados. ¡Atrevámonos a serlo!

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Oscar González Romero

Abogado por la PUCP

Abogado por la PUCP, con especialidad en Derecho del Trabajo y la Seguridad por la PUCP, en Gestión Empresarial e Innovación por la Universidad Pacífico y en Gestión de la Diversidad e Inclusión por la Universidad Stanford.

Mi experiencia se concentra en la gestión de relaciones laborales y programas de gestión de desarrollo del talento y sostenibilidad. Me encuentran en Twitter como @OscarGonzRom.